Junio de 1996
Mis hijas ya son adolescentes, 13 y casi 17. ¡Parece mentira!, mi esposo y yo nos miramos una y otra vez asombrados de ver como puede el tiempo pasar, inexorablemente.
Aunque vivamos en un país diferente al de origen, en esencia la vida es siempre la misma, cuando veo a mis niñas y a los otros 16 sobrinos que forman la nueva generación en California, no puedo evitar compararlos (en el trasfondo de mi cerebro) con nuestra propia temprana juventud.
Cuando estábamos creciendo mi mami nos decía que debíamos de ser como la Mano Azcarate (aquellos que leyeron a Rómulo Gallegos saben de que hablo), pues éramos cuatro hijos y ella, formando los cinco dedos. Ella solita se desvivió trabajando para darnos una vida no solo digna y honesta pero también agradable.
De todas maneras..... durante la adolescencia éramos extraños, o en realidad ¿éramos?. Mi hermano Carlos siendo casi 6 años mayor que yo y por poquito 9 que mi hermana Celi pues ya no era ningún cípote sin embargo... ¡Como nos entreteníamos los tres juntos!. Puesto que él tenia la capacidad de relacionarse con los mas jóvenes y la Celi la sabiduría de caer en sintonía con los mas viejos, yo por supuesto me las calaba, bien galán, disfrutando de los dos al mismo tiempo.
Nuestra hora favorita para compartir locura y media era aquella entre las 10 de la noche y la una de la mañana. Como no teníamos televisión, nos entreteníamos de otra forma, algunas veces bailábamos horas y horas, improvisando al compás de Radio El Mundo, y viéndonos en el espejo grande (el que mi mami ocupaba para tallar los vestidos a sus clientas de la costurería,) o a veces jugábamos diccionario, un juego de palabras en el que todos secretamente contestábamos preguntas tales como: Nombres de personas, animales, colores y ciudades que comiencen con la letra X; pero el mas favorito pasatiempo de los tres nosotros era la platicada. La Celi y yo compartíamos un dormitorio, junto al cual estaba el dormitorios de Carlos y al otro lado del corredorcito el de mi mami, quien compartía con la Maye, la benjamina, (10 años mas joven que yo) quien, por ser tan tierna, nunca participaba de estas veladas con nosotros.
Comenzábamos con las buenas intenciones de retirarnos a descansar, pero invariablemente Carlos se asomaba a nuestra puerta a contarnos acerca de algo o alguien que había visto durante el día, o talvez lo llamáramos para preguntar su opinión al respecto de cualquier cosa, el asunto es que de allí partíamos a platicar, contar chistes, inventar payasadas, comentar acerca de nuestro amigos, parientes y conocidos, leer poemas en voz alta, comentar libros, películas, ¡en fin, de todo!. Mi mami nos hacia paciencia una hora al menos, luego comenzaba a ordenarnos que apagáramos la luz, que nos acostáramos a dormir, a recordarnos, que el siguiente día teníamos que ir al colegio, o algún otro lugar, etc., etc., etc. ¡Que malos! No le hacíamos caso, hasta que nos decía "No vayan a permitir que me levante a regañarlos" y finalmente se levantaba y ¡Válgame Dios! no nos pegaba, ni nos decía groserías, pero mi mami enojada...
Pues un día invento mi progenitora, conectar un timbre (como un timbre de puerta), con el pulsador en la cabecera de su cama y la campanilla en nuestro dormitorio. De allí para adelante, cada vez que estábamos en nuestra zamotana nocturna, carcajeándonos, cantando y hablando como loros, ella sonaba el timbre una vez (¡Zriiiiiiinnngggggg!), ya sabíamos (Primera Llamada) nos calmábamos, empezábamos a hablar en susurros, ¡mas risa nos daba! y a los pocos minutos ya se nos había olvidado y continuábamos peor que nunca, como a los 10 minutos otra vez (¡Zriiinnnggg! ¡Zriiiinnnggg!) (Segunda llamada,) allí si, despedíamos a Carlos, nos acomodábamos para acostarnos, y aun así, no nos aguantábamos de contarnos el ultimo chiste, ¡y siguen la carcajadas! ¡Hay Dios! (¡Zriinngg! ¡Zriiinngg! ¡Zriiinnngg!) (¡La tercera es la vencida!), caíamos en silencio absoluto, Carlos se iba a su cuarto, apagábamos las luces a y a dormir. Raras veces, desde que conecto el timbre tuvo ella que levantarse a regañarnos; como la clásica pasadita, cuando en una noche mas chistosa que cualquier otra, hasta que ella sonó el timbre tres veces, inmediatamente nos dijimos buenas noches, apagamos la luz, y oímos a Carlos entrar en su cuarto, cerrar su puerta... y de súbito, oímos nuestra puerta abrirse sigilosamente, y en el momento que encendía nuevamente la luz el nos dice en un susurro casi inaudible, "Aquí vengo, sigámonos riendo" ¡nuestra carcajada fue tan sonora !!!
¡Mi pobre madre! Nos tuvo tanta paciencia. ¡Pasó 35 años criándonos! ¡Y como no! Solo somos cuatro, pero la menor es 16 años mas joven que el mayor.
Le doy gracias a Dios por permitirme mis hijas, y en noches en que las oímos riéndose calladitas, hablando sin parar, abriendo y cerrando puertas, sus dormitorios al otro lado del corredor nuestro, mi esposo y yo nos felicitamos por estar criando hermanas que disfrutan de su mutua compañía... Aunque algunas veces, bueno pues, me gustaría tener un timbre en la cabecera de mi cama. ¡Zriiinnngg! ¡Privilegio de Mami!
martes, junio 29, 2004
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